Yo te cubro la espalda.
En aquella imitación de la antigua, París.
Me decías que eras virgen.
Pero yo no te creí.
Tu brassier negro ha sido suelto por tres mil pares de uñas rojas.
Y otras miles más que solo necesitaban una sola mano.
Era tu rutina: un buen vino por la tarde y tres jalones de cualquier cosa. Y a bailar.
Ustedes no necesitaron de etiquetas.
Ni yo de alcohol, marihuana, cocaína, LSD, hongos, hachís, pastillas, crack.
Soy del par que necesita las dos manos.
No para soltarlo, ni quitarlo, ni des-prenderlo.
Si no para abrocharle de nuevo.
Y mantenerlo firme.
Como debió ser todo esto:
En un principio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario